
El día de ayer, la Presidencia de la República dio a conocer el programa de actividades del Bicentenario de la Independencia y el centenario de la Revolución Mexicana, en el que se plantean diversas acciones que formarán parte de los llamados “festejos”. Al respecto, mucho se ha dicho y celebrado, pero también se ha cuestionado sobre las magnas y costosas ceremonias que se realizarán en los meses de septiembre y noviembre. Por lo que, no obstante la importancia histórica de estos acontecimientos, se nos presentan algunas preguntas sobre el valor real de estos festejos, cómo por ejemplo: ¿Qué es lo que realmente festejamos?, ¿de qué manera debemos festejar?, ¿cuántos de los objetivos de ambas luchas se han cumplido y respetado?; e incluso, por qué gastar tanto dinero en fastuosas ceremonias cuando tenemos tantos problemas (políticos, sociales y económicos) que resolver. Esto nos hace rememorar el derroche económico del festejo del centenario de la independencia de México en el porfiriato. Ahora bien, es cierto que estas luchas dieron origen y forma a nuestra Nación y a nuestros símbolos patrios; también es cierto que de ellos emanaron importantes pactos sociales como las Constituciones de 1814, de 1857 y la de 1917; y que lemas como: “Patria libre, independiente y soberana”, "Que todo el que se queje con justicia, tenga un tribunal que lo escuche, lo ampare y lo defienda contra el fuerte y el arbitrario", “Muera el mal Gobierno”, “Tierra y libertad”, y “La tierra es para quien la trabaja”, forman parte del legado histórico que dejaron a la Nación Mexicana, los movimientos de Independencia y Revolución. En suma, todo ello es parte de nuestra memoria histórica, de lo que nos constituye como mexicanos. Sin embargo, esa memoria histórica nos obliga a una conjunción del pasado y presente, donde coloquemos sobre una balanza: en un lado, la importancia de conocer y conmemorar –más que festejar- estos acontecimientos, así como sus importantísimos legados; y en el otro, reconocer todas las demandas y carencias aún presentes en nuestro acontecer nacional. Y que éste sea un acto de reflexión para el gobierno federal incluyendo los tres poderes: Ejecutivo, Legislativo y Judicial, de que las cosas no van bien, que es inminente reorientar las políticas publicas y retomar los principios que dieron origen a los movimientos en comento; porque de lo contrario más que festejar nos tendremos que lamentar. Por esas razones, esta conmemoración debe remitirnos sí a conocer y revalorar el origen de nuestra identidad nacional, del Estado Mexicano, y de todos los logros emanados de estas luchas, que dicho sea de paso, fueron altamente costosas en términos materiales y de vidas humanas. Pero no debe remitirnos al impasse de los sublimes y banales festejos que no cultivan la memoria del pueblo mexicano y sí lo llevan al olvido. Al olvido de que justo fue la pobreza, la marginación, la discriminación, la violencia, la falta de libertad, de garantías sociales, etc., lo que dio origen a estas revoluciones, y que hoy día no han sido resueltas en su totalidad. Por ello, estos “festejos” debieran ser un homenaje al pueblo que se levantó en armas y cuya descendencia aún pelea día a día por la libertad, alimento, trabajo, salud, educación, vivienda, etc. De tal modo que, la mejor manera de conmemorar sería empleando muchos de esos recursos (de las famosas ceremonias), en atender las necesidades más sentidas del pueblo mexicano. El estado mexicano todavía tiene muchas deudas pendientes (justicia social) entre otras, por toda la sangre derramada y que al paso del tiempo queda como un evento que de inicio, sólo provocó que los mexicanos tuvieran que llegar a las armas, y concluyera con que sus ideales por un país con mejores condiciones de vida, fuera logrado en sus gestas de independencia y revolución. Seguro que es un momento de reflexionar, ¡¿festejar?!...El horno no está para bollos.
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